Supongo que he visto demasiadas películas, y series de televisión, y cuando uno ingresa en urgencias en un hospital, o incluso un modesto centro de salud, espera hacerlo en camilla, corriendo, con 5 facultativos a su alrededor gritando:
Varón, 33 años, fuerte dolor abdominal, posible esofagitis con reflujo gastroesofágico. Tratado con Omeprazol y Motilum...sin resultados.
Diagnosticado de epilepsia, bajo tratamiento con Depakine en la actualidad pero sin existir incompatibilidad con ningún medicamento.
Diagnosticado de epilepsia, bajo tratamiento con Depakine en la actualidad pero sin existir incompatibilidad con ningún medicamento.
Preparad 100 ml de suero fisiológico, una unidad de buscapina, una de primperán y 150 ml de ramitidina por intravenosa... al box 7!
...pero no, entré en el centro de salud por mi propio pié, en chandal y doblado de dolor, y tuve que explicar a una doctora mis síntomas y antecedentes médicos mientras ella daba por hecho que en las comidas navideñas me "había comido todo" en sus propias palabras.
¡Pues no, señora! A estas alturas de las fiestas uno no tiene ganas ya de excesos.
Me hizo una exploración con menos interés que mi cuenta corriente y dió órdenes a una enfermera para que me prepare la mezcla que me tendrá que "aplicar" por vía intravenosa.
Y me dejaron esperando, con los pies colgando y sentado al borde de una cama.
Segundo Trago: Mi experiencia con las agujas
Viendo que hace tiempo que no hace gracia dejé de hacer el típico chiste; pero hasta hace relativamente poco, cuando me preguntaban si era alérgico a algún medicamento, siempre decía que sí, que a todos los inyectables.
Yendo más atrás en el tiempo aún recuerdo las carreras por el pasillo de mi casa cuando era niño, perseguido por mi madre que blandía (con toda la delicadeza que tal operación requería) en una mano una jeringuilla de cristal con la aguja correspondiente de unos 4 centímetros de longitud que se acoplaba por medio de una pieza de cobre, ambas desinfectadas por el clásico método del agua hirviendo. En la otra mano un trozo de algodón y un bote de alcohol.
Y ya, cuando formaba equipo con mi padre, él se encargaba de darme caza e inmovilizarme, y ahí no había resistencia posible. La amenaza de que el medicamento cristalizase nunca llegó a hacerse efectiva, fuera lo que fuera aquello de la cristalización. Siempre lo imaginé como una especie de solidificación del líquido, lo cual convertiría la inyección en una tortura aún peor. Pero ni siquiera eso me frenaba en mi inútil huída.
Supongo que mi padre consideraba su deber de padre el hacer que, a pesar del dolor del pinchazo, aquel medicamento se aplicase en aquella forma concreta sin plantearse la existencia de una alternativa menos molesta.
A veces simplemente pienso que mi padre incluso disfrutaba con aquello.
En cierta ocasión un médico me recetó un jarabe o alguna pastilla y dijo que si en 3 días seguía con fiebre me pusieran una inyección.
El primer día la fiebre no remitió, tampoco hubo cambios el segundo, y no era fiebre baja, precisamente.
Yendo más atrás en el tiempo aún recuerdo las carreras por el pasillo de mi casa cuando era niño, perseguido por mi madre que blandía (con toda la delicadeza que tal operación requería) en una mano una jeringuilla de cristal con la aguja correspondiente de unos 4 centímetros de longitud que se acoplaba por medio de una pieza de cobre, ambas desinfectadas por el clásico método del agua hirviendo. En la otra mano un trozo de algodón y un bote de alcohol.
Y ya, cuando formaba equipo con mi padre, él se encargaba de darme caza e inmovilizarme, y ahí no había resistencia posible. La amenaza de que el medicamento cristalizase nunca llegó a hacerse efectiva, fuera lo que fuera aquello de la cristalización. Siempre lo imaginé como una especie de solidificación del líquido, lo cual convertiría la inyección en una tortura aún peor. Pero ni siquiera eso me frenaba en mi inútil huída.
Supongo que mi padre consideraba su deber de padre el hacer que, a pesar del dolor del pinchazo, aquel medicamento se aplicase en aquella forma concreta sin plantearse la existencia de una alternativa menos molesta.
A veces simplemente pienso que mi padre incluso disfrutaba con aquello.
En cierta ocasión un médico me recetó un jarabe o alguna pastilla y dijo que si en 3 días seguía con fiebre me pusieran una inyección.
El primer día la fiebre no remitió, tampoco hubo cambios el segundo, y no era fiebre baja, precisamente.
Y el tercer día, al ponerme el termómetro, no subía de 35. Demostrando la confianza que mi padre depositaba en mi me hizo probar dos veces más con idénticos resultados, sin quitarme la vista de encima por si hacía algún tipo de trampa y repitiendo una y otra vez tras cada prueba: “No puede ser... esto no puede ser”...
Con el tiempo mi salud se fue reforzando, pero no mejoró mi relación con las agujas, sólo se hizo más distante: un análisis de sangre de cuando en cuando, una vacuna anual cuando no lograba escaquearme... Afortunadamente los médicos de hoy en día no son partidarios de inyecciones como los de antes.
Tercer Trago: Orificios
El cuerpo humano es una maquinaria de lo más compleja, qué duda cabe.
Han corrido ríos de tinta para explicar su funcionamiento, pero ello no significa que esté dotado de perfección, nada más lejos de la verdad.
No hace mucho, en un espectáculo de Faemino y Cansado, bromeaban con el incómodo hecho de que los hombres perdamos pelo de la cabeza mientras nos salen esos incómodos "mochos" en las orejas.
Otros denuncian que la zona de recreo y la de evacuación de resíduos se encuentran demasiado cerca.
Incluso se ha planteado la pregunta sin respuesta: "¿Por qué los hombres tienen pezones?"
Hay críticas para todos los gustos (y disgustos).
La mía es un defecto de evolución.
A lo largo de millones de años el cuerpo humano ha evolucionado, adquiriendo una postura erguida, perdiendo pelo en favor de prendas que ha sabido proporcionarse adaptándose al clima, hay incluso generaciones que ya no desarrollan las tan molestas muelas del juicio, incluso se han perdido partes del cuerpo que han terminado por resultar inútiles, como el rabo (ciertos sectores feministas abogan por que la evolución siga esa tendencia).
En mi opinión el cuerpo carece de una válvula fundamental.
El cuerpo está plagado de orificios (si lo pensamos bien pueden resultar casi incontables).
Tenemos orificios de entrada, de salida y orificios mixtos, por los que tanto se producen entradas como salidas, tales como la nariz, que sirve de entrada de aire y salida, de aire... y de desperdicios orgánicos (ya sabéis, los del cubo gris con tapa naranja...)
Por mencionar algunos, además de los obvios, no podemos olvidar los lacrimales, los propios poros de la piel, las orejas, nariz, boca... vamos, que un queso de gruyere no tiene mucho de qué presumir al lado de un cuerpo humano.
Los usos que damos a dichos orificios a veces no son siempre aquellos para los que fueron diseñados, y hay quien usa de entrada orificios de salida, pero eso es una cuestión de gustos.
Otros, por estética, se practican nuevos orificios donde sitúan adornos... aunque también es una cuestión de gustos.
Pero, a efectos meramente prácticos, nos falta un agujero básico, una válvula que facilitaría mucho la vida y evitaría momentos molestos.
Si nos solicitan un análisis de orina es fácil tomar la muestra, incluso para analizar las defecaciones (que hay quien lo hace, de forma vocacional o no). Pero... ¿y para la sangre?
¿En millones de años no se ha podido desarrollar una válvula que se abra y cierre voluntariamente para extraer muestras de sangre? Un orificio donde introducir medicamentos para un efecto rápido e indoloro.
Resulta difícil estar tumbado en una camilla, dentro de un quirófano, a la espera de una operación, con tres tubos conectados a tu brazo derecho, e intentar mantener la calma (eso sin hablar del instrumental que te rodea y con el que van a hacerte barbaridades).
Todo sería más sencillo si hubiese un método natural a través del cual administrar sueros, anestesias y demás medicamentos, pero hasta que llegue ese momento seguiremos esperando, con los pies colgando y sentados en el borde de una cama.
8 comentarios:
¿Y este otro rincón? ¡Qué calladito te lo tenías! Aiiins, pues nada, nada, te seguiremos. Y como no sé si es real o no lo que cuentas, por si lo es, espero que no tengas que pasar por muchas de esas.
Aleeeeeeeee!!
Jopetas! me has pillado! staba preparándolo para anunciarlo en el otro blog, pero aún está sin terminar... y tú cómo eres tan cotilla? cómo has llegado hasta aqui? eh? eh? eh?... eh?
Si yo te contara... con decirte que dos sencillas operaciones que requieren anestesia local me las hicieron con anestesia general al ver lo "tenso" que me ponía... vamos, que yo como yonki no tengo mucho futuro (eso que me ahorro)
Hooola p'rismito!!nada que decir a tus tecnicismos perfectemente empleados, si es te tengo mu bien enseñaoooo
bikos.
Prisma! Entre las experiencias reales y que acudo a ti en cuanto me sale un grano para escuchar una segunda opinión... al final me voy a sacar el título de medicina por sms. Tu amplio anecdotario también es una fuente de enseñanza y sigo instándote a recopilar tus historias para solaz y risión de lectores de todas partes. No sé a qué esperas!
Mi apellido es Holmes, querido.
Por cierto, el tercer trago me ha dado un yuyuuuuuuu. Ay, ay, ay, la sangreeeeee.
Ea, pues ENHORABUENA por la hiperactividad. ;-)
El emental, querida B... mi queso favorito no es el emental.
Lo cierto es que el tercer trago pretendía dar un toque de humor, que la cosa estaba poniéndose muy seria, pero no he terminado de transmitir lo que quería... quede de momento como la versión primitiva de una idea que podría pulirse muy mucho.
Y la sangre? la sangre es algo natural... claro que no debería salirse de los conductos que la transportan.
Y como dicen los Mojinos:
"...Me he hecho sangre
me he hecho sangre
y no es que sea gilipollas
Me he hecho sangre con chorizo
y me he hecho sangre con cebolla..."
Ese Juanjo, qué fenómeno. La verdad es que mi experiencia sanitaria es, por suerte, escasa. Pero la semana pasada tuve que hacerme unas pruebas para comprobar si seguían coleando unas viejas alergias (que, por suerte, desaparecieron) y di gracias al cielo de no ser hipocondríaco, porque la situación era idónea: te dan una pastillita cada media hora del medicamento que en teoría te jode, y tienes que esperar sentado a que aparezcan síntomas chungos. ¿Qué síntomas? ¿Visión doble? ¿Mareos? ¿Piel verde? ¿Garras?Luego van subiendo la dosis, toma crueldad y suspense del malo. En fin, que las instituciones médicas son más perversas que el propietario del museo de la tortura de Santillana del Mar. Con Dios y a seguir trasegando mostos.
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