jueves, 4 de septiembre de 2008

El Increíble caso del hombre con tres neveras



Un pequeño relato novelado en blanco y negro (y gris) con tintes autobioigráficos




El increíble caso del hombre con tres neveras



Era un lunes de septiembre a mediodía y había algo en aquel pollo hervido con verduras que no me olía bien pero, acostumbrado a la total ausencia de olor de la comida de régimen que llevaba ingiriendo durante las últimas semanas, cualquier indicio de aroma en la comida, aunque fuera a tufillo, era una novedad para mis ya adormecidas pituitarias.

Teniendo en cuenta que aquel revuelto tricolor sería mi único alimento hasta la cena, o al menos eso creía, ignoré ese extraño regustillo amargo y procedí a ingerirlo mientras veía el programa de cotilleo del único canal que el televisor de aquella oficina era capaz de sintonizar. Por culpa de esa circunstancia me había acostumbrado a estar al tanto de la vida de los famosos y durante el verano había llegado a asustarme al descubrir que lo echaba de menos.

Conseguí comerme todo el pollo sin dejar nada, tal y como me enseñaron a hacer en casa cuando era pequeño a fuerza de pasar horas en la cocina frente a un plato frío de verduras insípidas.

El regustillo amargo se disolvió en el dulzor del yogurt de frutas que había elegido como postre para aquel día.

De vuelta a mi oscuro despacho me sumergí entre los papeles que se amontonaban tras la promesa de que cuando hubiese menos trabajo archivaría todo... Cada día estaba más seguro: necesitaba urgentemente una secretaria, una mujer de la limpieza y una amante... si pudiese encontrar las tres en una misma persona me ahorraría un dineral en empleadas, asistentas y prostitutas, pero, por alguna razón no me gustan las cosas sencillas y me siento cómodo en mi propio caos personal.

No llevaba ni una hora inmerso en mi trabajo cuando escuché la llamada de la naturaleza en forma de rugidos estomacales. Nada extraño a esas horas conociendo la regularidad de mis intestinos, pero me extrañó que fuera acompañado de cierta sensación de náusea.

Tras cumplir con la reunión mantenida entre el Sr.Roca y yo volví a mi mesa pero no tardé ni media hora en sentir mareos y molestias abdominales, volvieron las náuseas y tuve el tiempo justo para dirigirme a toda prisa al servicio.

En cuanto lo vi lo reconocí... aquel revoltijo tricolor no era otra cosa que el pollo hervido con verduras que había comido horas antes pero... ¿qué hacía saliendo de mi aparato digestivo entre retortijones y arcadas por vía oral inversa?

El sudor empapaba mi cabeza pero conseguí recordar y llegué a la respuesta que daba explicación a esa situación anormal... definitivamente: LA NEVERA ESTÁ ESTROPEADA.

Hacía días que la fruta duraba poco en su interior, el agua no se enfriaba y ya había tenido que tirar un par de verduras porque su aspecto no era tan lustroso como cuando las compré en el mercado. Sin embargo el congelador sí que funcionaba.

Tenía que hacer algo urgentemente porque precisamente tenía la nevera llena de productos perecederos que agravarían mi estado si me empeñaba en la máxima de que "...la comida no se tira... ¡con la de niños que hay muriéndose de hambre en África!"

Al día siguiente, después de llegar a mi apartamento a duras penas dejando tras de mi un rastro tricolor en varios puntos de la ciudad, llamé a la Sra. López, una mujer de confianza que me aconsejaba cuando se me planteaban dudas domésticas.

- Sra.López... he sido víctima de una intoxicación y sé quién es el principal sospechoso... Yo mismo!

Tras poner remedio a mi problema de salud a base de arroz hervido y jamón cocido, y rescatar de la nevera toda la comida que pude, inicié la nueva parte del plan: hay que comprar una nevera nueva. Estaba retrocediendo en la civilización varias generaciones a los tiempos en que el hombre no era capaz de controlar la temperatura de conservación de sus alimentos. Pronto me vería haciendo fuego con un palo o guiándome por el lado de los árboles por donde crece el musgo. Los conocimientos adquiridos por el ser humano en su más ancestral pasado quedan registrados en la memoria a fuego por si en alguna ocasión, la civilización llegase a la autodestrucción total y la supervivencia dependiera exclusivamente de aquello que la naturaleza nos provea.

La Sra.López, que a la sazón había comprado una nevera recientemente, me pidió las características (dimensiones...) para iniciar al día siguiente un estudio de mercado.

El miércoles, a las 14:00 ya estaba recibiendo una llamada con precios y condiciones comerciales de cuatro establecimientos diferentes, ventajas de cada uno y no tardamos en tomar una decisión.

Aunque siempre confié en la Magnum de 8 milímetros que guardaba en el cajón de mi escritorio para complacer a las visitas "inesperadas", esta vez tuve que confiar en Whirpool para darme de comer.

Cuando me había dejado de doler el estómago empezó a dolerme la cartera, incluso me planteé la posibilidad de abandonar la búsqueda, alimentarme de plantas y animales crudos y evitar el uso del popular armario de comida, pero era ya tan extensa mi colección de imanes para nevera recopilados por familiares amigos y yo mismo a lo largo y ancho de Europa que no sería lo mismo entrar en la cocina sin ver aquellos recuerdos magnéticos tan simpáticos.

Gracias a la eficiencia de la Sra.López esa misma tarde estaba todo preparado para que, a falta de unas firmas, al día siguiente tuviera instalado el nuevo y flamante frigorífico en mi cocina de siempre (curioso contraste...una cocina decorada en estilo retro con muebles y valdosas de los años 70 y un frigorífico del Siglo XXI).

Esa noche hice la última limpieza, tiré los últimos alimentos que se pudrían en la nevera, dejé el contenido del congelador y me reservé unos hielos para el whisky que me ayuda a conciliar el sueño cada noche en aquel oscuro y ruidoso callejón.

Al día siguiente, según lo esperado, la Sra.López me llamó confirmando que el frigorífico estaba instalado pero que, sin haberlo hablado previamente con la tienda, olvidamos especificar un detalle del nuevo electrodoméstico. Al proceder a desembalarlo se descubrió el pastel... un moderno frigorífico con todas las ventajas y modernidades en un lustroso gris plateado que hacía más juego con mi destartalado Seat Ibiza que con mi lavadora y mi lavavajillas, y mucho menos con una cocina decorada en estilo retro de los años 70.

Al fin y al cabo era sólo un armario para guardar alimentos y cervezas a bajas temperaturas, qué más daba el color. Pero unas horas más tarde, la Sra.López me volvía a llamar para decirme que había hablado de nuevo con la tienda y habían acordado que al día siguiente, por el mismo precio, iban a instalarme otro frigorífico de las mismas dimensiones, color blanco y marca Balay, de precio superior pero que dejarían en el mismo precio por las molestias causadas.

De este modo, aquel jueves que había salido de casa dejando una nevera Indesit estropeada en la cocina llegué a casa con una Whirpool casi sin desembalar y, en cuestión de 24 horas tendría una Balay ocupando el sitio dejado por sus dos predecesoras: Indesit, que cumplió fielmente su misión durante 8 años, Whirpool también conocida como “la breve”, que apenas tuvo tiempo de ser enchufada cuando se decidió que no llegaría a ejercer el cargo para el que había sido seleccionada, y finalmente Balay, con quien espero mantener una fría amistad de muchos años y muchas cenas.

viernes, 29 de agosto de 2008

Toma este trago de mosto

Saliéndome del estilo de este blog publico aqui mi última creación que esta vez se trata de una canción que empieza siendo real y autobiográfica y acaba con algo inventado pero que bien podría terminar sucediendo.

No es habitual en mi hacer públicas cosas asi, pero, modestamente, el toque de rabia destilado al final me ha complacido.

Además, me ha servido de terapia.


Toma Este Trago de Mosto

(1)

Tómatelo como quieras pero te quiero
Tómalo con un chorrito de coca cola
Una raja de limón y dos cubitos de hielo
y disfruta del sabor de saber que me molas

(2)

Tómalo a pequeños sorbos, no te atragantes
cuando por fin te confiese cuánto me gustas
las cosas que no me atrevo a decir es normal que las cante
si no te lo dije antes fue porque me asusta

Estribillo 1

Toma este trago de mosto, pequeña
y baila para mi
lo he preparado por ti con mucha paciencia
los ingredientes son todo aquello que tú has hecho de mi
sin darme cuenta te has convertido en mi esencia.

(3)

Los dos cubitos de hielo se han derretido
la coca cola ha perdido ya todo su gas
has ignorado esa copa de mosto que te he ofrecido
y ahora bailas al ritmo de un nuevo compás

(4)

Tú ya tenías un vino que se volvió amargo
mientras que yo te ofrecía un trago dulce y bueno
eras mujer de fuertes principios y sin embargo
has renunciado a todo por un nuevo veneno

Estribillo 2

Ahora ha llegado el verano, pequeña
y te ha ahogado la sed
no tienes vino, ni mosto ni tienes veneno
vas recorriendo las mesas del bar
buscando qué beber
y bebes la mierda de cualquier vaso medio lleno

sábado, 5 de enero de 2008

El inquietante caso del tipo con tres brazos

Vuelvo a la carga con otro proyecto inconcluso que no creo que sea capaz de desarrollar, por si alguien se anima a continuar con la paranoia.
Fue un rato perdido que coincidí con un tipo interesante en el messenger (llamémosle simplemente EL ABUELO, como muchos se refieren a él, ignoro la razón). Una frase sonó estupenda como principio de novela y nos pusimos a desvariar a base de breves aportaciones de cada uno, a cual con menos sentido tratando, o no, de crear una historia con un irregular hilo argumental.
Abierto a aportaciones, ahí queda eso...
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"Fueron tiempos duros que sólo con alcohol podían digerirse, porque de sexo na de na.
La noche era fría, la calle desierta, en le viejo bar de Fred servían wisky de importación, apenas algunos borrachos y perdedores estaban en el bar, alguna sucia prostituta buscaba nuevos clientes para finalizar la jornada, el pianista no tenía fuerzas para teclear las notas de su última canción, Fred limpiaba la barra... pero, a pesar de todo, agarré a la rubia sentada a mi lado en la barra y la llevé a mi habitación dando tumbos por el corredor... y en el silencio de la noche apenas roto por la sirena de algún coche de policía en la calle, la metí en la cama y le recité las obras completas de Dostoievsky.
Cuando finalmente se durmió ante semejante tertulia, decidí q era hora de irme de allí, silencioso, arrogante, igual que cuando llegué.
Cogí mi pistola, la dejé unos cuantos pavos encima de la mesilla de noche, miré por la ventana. Algo me llamó la atención, decidí ir a ver qué pasaba.
Podría ser cualquier noche de cualquier calle de Manhattan sur, pero algo me decía que no era habitual, sobre todo teniendo en cuenta que era Albacete y eran las 12 del medio día.
Bajé las escaleras, me dirigí a aquel tumulto que rompía en medio de la plaza mayor, la banda de música tocaba una melodía q no lograba recordar, me acerqué a la gente, y ante mi sorpresa un manco, con un cigarro en la boca regalaba navajas, no era mala idea, pensé, teniendo en cuenta donde me encuentraba, opté por hacer cola y esperar mi turno para coger una.
Para evitar problemas decidí dejar mi Colt Magnum del 37 y vacié el cargador sobre la muchedumbre enfervorecida. Una navaja siempre es menos sospechosa.
La gente calló, silencio, la multitud se abrió ante mi, mientras avanzaba con paso solemne hacia el manco.
Él permanecía impasible, con el cigarrillo colgando en la comisura de sus labios, mirando a través de sus gafas de sol y resoplando humo de vez en cuando. Llegó mi turno y examiné la mercancía. Parecía buena pero nunca compro algo sin probarlo, así que le dije al manco "...nunca compro algo sin probarlo..." (sé que copié la frase de mi pensamiento anterior pero es que me había gustado). El manco me señaló con la mano buena un grupo de mujeres y me dijo: "pruebe, pruebe, no se corte, que están bien afiladas" Así que, sin apartar la mirada de los ojos del manco, cogí una navaja, la abrí, y la acerqué hacia el vendedor, por su mirada sabia que esa sería su última venta, después de tanto tiempo, no ofreció resistencia, limpiamente y sin forzar la cuchilla entró en el costado del hombre, “buena calidad”, me dijo sonriendo, “si” añadí. Una vez que la navaja estaba dentro de su costado, la revolví varias veces en su interior.
El hombre cayó al suelo.
La gente aplaudió.
Navajas gratis! Navajas gratis!
La multitud se avalanzó, abrió las cajas, el tenderete se desplomó.
“Maldito usurero!”, logre oír entre la confusión.
Sin saberlo había acabado con el imperio del terror impuesto por aquel vendedor manco que, moribundo y entre escupitajos de sangre me decía: "todo un profesional, sí señor... jamás me habían apuñalado así, qué destreza! qué precisión...! ¿Es usted acaso el neurocirujano detective del que hablan todos...?"
No hubo tiempo para respuestas, falleció en ese momento pisoteado por la muchedumbre y entonces ...de detrás de su chaqueta asomó algo, su brazo sano y entero... no era manco y lo había ocultado a todos.
Así que, para mantener intacta la memoria y el recuerdo de aquel estafador, decidí hacer algo por él. Con la navaja, hice un tajo, un corte limpio y seguro a la par que eficaz, y le corté el brazo, le escondí debajo de mi chaqueta y salí de allí sin mirar atrás.
Ahora tenía un brazo escondido bajo la chaqueta y una navaja de Albacete en mi bolsillo. Busqué en mis pantalones, saqué un caramelo Viuda de Solano, lo desenvolví y me lo eché a la boca. Miré el envoltorio: “Hummm! –pensé- de piñones!”
Eché a andar y me perdí entre los callejones sin rumbo fijo.