sábado, 5 de enero de 2008

El inquietante caso del tipo con tres brazos

Vuelvo a la carga con otro proyecto inconcluso que no creo que sea capaz de desarrollar, por si alguien se anima a continuar con la paranoia.
Fue un rato perdido que coincidí con un tipo interesante en el messenger (llamémosle simplemente EL ABUELO, como muchos se refieren a él, ignoro la razón). Una frase sonó estupenda como principio de novela y nos pusimos a desvariar a base de breves aportaciones de cada uno, a cual con menos sentido tratando, o no, de crear una historia con un irregular hilo argumental.
Abierto a aportaciones, ahí queda eso...
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"Fueron tiempos duros que sólo con alcohol podían digerirse, porque de sexo na de na.
La noche era fría, la calle desierta, en le viejo bar de Fred servían wisky de importación, apenas algunos borrachos y perdedores estaban en el bar, alguna sucia prostituta buscaba nuevos clientes para finalizar la jornada, el pianista no tenía fuerzas para teclear las notas de su última canción, Fred limpiaba la barra... pero, a pesar de todo, agarré a la rubia sentada a mi lado en la barra y la llevé a mi habitación dando tumbos por el corredor... y en el silencio de la noche apenas roto por la sirena de algún coche de policía en la calle, la metí en la cama y le recité las obras completas de Dostoievsky.
Cuando finalmente se durmió ante semejante tertulia, decidí q era hora de irme de allí, silencioso, arrogante, igual que cuando llegué.
Cogí mi pistola, la dejé unos cuantos pavos encima de la mesilla de noche, miré por la ventana. Algo me llamó la atención, decidí ir a ver qué pasaba.
Podría ser cualquier noche de cualquier calle de Manhattan sur, pero algo me decía que no era habitual, sobre todo teniendo en cuenta que era Albacete y eran las 12 del medio día.
Bajé las escaleras, me dirigí a aquel tumulto que rompía en medio de la plaza mayor, la banda de música tocaba una melodía q no lograba recordar, me acerqué a la gente, y ante mi sorpresa un manco, con un cigarro en la boca regalaba navajas, no era mala idea, pensé, teniendo en cuenta donde me encuentraba, opté por hacer cola y esperar mi turno para coger una.
Para evitar problemas decidí dejar mi Colt Magnum del 37 y vacié el cargador sobre la muchedumbre enfervorecida. Una navaja siempre es menos sospechosa.
La gente calló, silencio, la multitud se abrió ante mi, mientras avanzaba con paso solemne hacia el manco.
Él permanecía impasible, con el cigarrillo colgando en la comisura de sus labios, mirando a través de sus gafas de sol y resoplando humo de vez en cuando. Llegó mi turno y examiné la mercancía. Parecía buena pero nunca compro algo sin probarlo, así que le dije al manco "...nunca compro algo sin probarlo..." (sé que copié la frase de mi pensamiento anterior pero es que me había gustado). El manco me señaló con la mano buena un grupo de mujeres y me dijo: "pruebe, pruebe, no se corte, que están bien afiladas" Así que, sin apartar la mirada de los ojos del manco, cogí una navaja, la abrí, y la acerqué hacia el vendedor, por su mirada sabia que esa sería su última venta, después de tanto tiempo, no ofreció resistencia, limpiamente y sin forzar la cuchilla entró en el costado del hombre, “buena calidad”, me dijo sonriendo, “si” añadí. Una vez que la navaja estaba dentro de su costado, la revolví varias veces en su interior.
El hombre cayó al suelo.
La gente aplaudió.
Navajas gratis! Navajas gratis!
La multitud se avalanzó, abrió las cajas, el tenderete se desplomó.
“Maldito usurero!”, logre oír entre la confusión.
Sin saberlo había acabado con el imperio del terror impuesto por aquel vendedor manco que, moribundo y entre escupitajos de sangre me decía: "todo un profesional, sí señor... jamás me habían apuñalado así, qué destreza! qué precisión...! ¿Es usted acaso el neurocirujano detective del que hablan todos...?"
No hubo tiempo para respuestas, falleció en ese momento pisoteado por la muchedumbre y entonces ...de detrás de su chaqueta asomó algo, su brazo sano y entero... no era manco y lo había ocultado a todos.
Así que, para mantener intacta la memoria y el recuerdo de aquel estafador, decidí hacer algo por él. Con la navaja, hice un tajo, un corte limpio y seguro a la par que eficaz, y le corté el brazo, le escondí debajo de mi chaqueta y salí de allí sin mirar atrás.
Ahora tenía un brazo escondido bajo la chaqueta y una navaja de Albacete en mi bolsillo. Busqué en mis pantalones, saqué un caramelo Viuda de Solano, lo desenvolví y me lo eché a la boca. Miré el envoltorio: “Hummm! –pensé- de piñones!”
Eché a andar y me perdí entre los callejones sin rumbo fijo.

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